El arte de decir No

El arte de negar suele ser más complicado de lo que parece. Una palabra tan sencilla, de tan sólo dos letras, se convierte, para muchos, en un trabalenguas a la hora de querer decirla. Cuando no sabemos decir que no, frecuentemente nos vemos envueltos en situaciones desagradables que pudimos haber evitado con haber sido capaces de decirlo sin temor. Pero, ¿por qué es tan difícil para algunas personas decir que no? Contrario a lo que pensamos, gran parte tiene que ver con la asertividad y la inteligencia emocional propia y tan sólo una pequeñita parte tiene que ver con la persona a la que le queremos decir «No».

«Es que es mi (inserte título que connote una supuesta autoridad), no le puedo decir que no». Primero que nada tenemos que entender que nadie nos puede obligar a hacer algo contra de nuestra voluntad. Sea tu mamá, jefe, novia o esposo. Nadie tiene derecho ni autoridad absoluta sobre la libertad de otra persona. Cabe aclarar que, esta libertad de decidir, no se debe confundir con las responsabilidades y obligaciones a las que estamos atados en nuestro papel en la sociedad, pues nuestra libertad termina donde comienza la del otro. En otras palabras, hay cosas a las que no nos podemos negar, como por ejemplo pagar impuestos (¡a nadie le gusta pagar impuestos!) o pagar la manutención de un hijo. También, hay otras cosas a las que podemos negarnos pero que traen consigo consecuencias que debemos afrontar como parte de nuestra decisión de decir que no. Un ejemplo puede ser una tarea que nos sea asignada por nuestro jefe y que de no llevarla a cabo nos haga acreedores al despido.

Evaluar la tarea


El primer paso para dominar el arte de decir «No» comienza con un ejercicio de reflexión que nos permita evaluar la toma de decisión. En primera instancia cuando se nos pide algo debemos pensar: ¿Quiero hacerlo? Sin duda el paso más sencillo, pues la respuesta nos vendrá casi inmediatamente, y es tan simple como un Sí o No.

La segunda pregunta igual de sencilla tiene que ver, como comenté anteriormente, con nuestro papel: ¿Debo hacerlo? Si la respuesta es un «Sí» rotundo, no importa la primer pregunta, es algo que deberemos hacer. Punto. Pero si dudas en encontrar una respuesta definitiva sobre si debes hacer la encomienda, es momento de pasar a la siguiente pregunta.

¿Qué pasa si no lo hago? Ésta es quizá sea la más difícil de las tres. Es un ejercicio que requiere introspección, reflexión y un dejo de inteligencia emocional. Aquí, quienes no dominan el arte de decir que no,  pueden llegar a respuestas de lo más variopintas e irreales. En palabras burdas: pretextos. Se engañan a sí mismos planteándose escenarios irreales que mucho tienen que ver con la poca capacidad de evaluar situaciones desde una perspectiva realista. «Se va a enojar», «me va a dejar de hablar», y de las peores «ya no me va a querer si le digo que no». 

Aquí es importante hacer un paréntesis y recalcar que si tus razones para hacer algo que no quieres hacer giran en torno al afecto y a la aceptación, es momento de trabajar en reconocer tu valía. Porque si estás dispuesto a sacrificar tu bienestar y ponerte a través de situaciones que no quieres y no tienes la obligación de afrontar, como moneda de cambio para recibir afecto, es una muestra clara de que el afecto que te das a ti mismo lo percibes con un valor inferior o nulo frente al afecto que recibes de los demás. El amor propio debe ser siempre lo más importante. ¡A la mierda lo que opinen los demás! Quien realmente te aprecia, te valora y te quiere, no esperará favores a cambio para darte su afecto.

Es sí que esa tercer pregunta es la más importante en lo que se refiere a trabajar la capacidad para decir que no, pues va de la mano de la inteligencia emocional que se requiere para poder definir el porqué hacer o no hacer las cosas.

Asertividad

Otro aspecto importante de aprender a decir que no es la capacidad de decirlo adecuadamente. Muchas veces el decidir que no queremos hacer algo no es el problema. El problema viene con esa incomodidad que sentimos de rechazar la petición de una persona ya sea por la estima que tenemos hacia la misma o por la posición de autoridad que percibimos que tiene sobre nosotros. 

La asertividad se convierte entonces en nuestra aliada y es por eso que debemos trabajar en ella. Y es que la asertividad es la capacidad que tenemos de decir las cosas de manera adecuada de forma neutra desde la seguridad de conocer nuestros propios derechos y valía ante los demás respetando siempre el derecho y el valor de la otra persona. 

Mi madre, por ejemplo, tiene problemas con la asertividad. Hace tiempo nos vimos involucrados en una situación donde mi tía (su hermana) le pidió asilo en su casa, para ella y su familia, durante un tiempo difícil. Mi madre sin dudarlo los recibió con los brazos abiertos. El problema surgió que había pasado casi un mes y no habían resuelto nada para irse de casa de mi madre. La situación se había puesto muy incómoda debido a que habían perdido la intimidad y el control de la casa, y peor aún, comenzaban a ser una carga económica para ella ya que siendo una familia de cuatro, no aportaban nada para los gastos que ellos mismos habían generado. Me gustaría decir que esta historia acabó en un final feliz, pero no es así. Mi madre, al no encontrar la asertividad para pedirle a mi tía y su familia que era hora de que se marcharan porque ya no podía solventar los gastos, le pidió a su otra hermana ayuda para saber qué hacer y la respuesta de mi otra tía terminó en un pleito de familia por el cual se siguen sin hablar a la fecha. Toda la situación se pudo haber evitado si mi madre amablemente se hubiera acercado a mi tía y le hubiera expuesto la situación expresando que, por el bien de su relación, y por la situación económica por la que estaba atravesando,  se veía en la necesidad de pedirle que se marchara. Un mensaje claro, directo, expresando sus sentimientos y sus derechos de manera pacífica y razonable. Un mensaje asertivo.

El chantaje emocional

La pequeñísima culpa que la otra persona tiene sobre las personas que no saben decir que no tiene un nombre: chantaje emocional. Es la «habilidad» que tiene la persona que pide el favor de pintar un panorama donde se convierte en la víctima de la situación. Una conducta incluso involuntaria que seguramente la han venido trabajando inconscientemente por años porque de alguna manera les ha seguido dando resultados para obtener lo que quieren. En un instante se victimizan al punto de crear un compromiso moral de la nada que hace que nos sintamos como unos monstruos si tan sólo pensamos en decir que no. Y aunque sea una manera (consciente o inconsciente) de la otra persona para lograr lo que quiere, es cuando debemos de hacer uso de nueva cuenta de la inteligencia emocional para darnos cuenta el trasfondo de la situación y reconocer los sentimientos de culpa que se nos están imponiendo y que no tienen razón de estar ahí.


Un trabajo constante

Nadie aprende a decir que no de la noche a la mañana. Y sin duda no es igual de fácil para unos que otros. Es por eso que dominar el arte de decir «No» tiene que ir acompañado de ejercicios constantes. Al final, todo se reduce a conocer la valía en uno mismo y trabajar la capacidad de expresarse desde la honestidad, haciendo uso de la inteligencia emocional para detectar cómo nos sentimos ante cierta situación y posteriormente tener la capacidad de declinar de manera asertiva.

Si no quieres hacer algo, recuerda que tienes todo el derecho del mundo a decir «No».






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